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La fantasía hecha palabra

Este es uno de los relatos sugeridos por uno de mis lectores.

Espero se animen a mandar algunos de su autoría.

“Cuando ya estaba a punto de sucumbir al terror, unas manos la asieron de la cintura. Era un contacto incomprensible, como si la oscuridad misma la estuviera abrazando. Unos labios invisibles cayeron sobre los suyos: la oscuridad era ahora una cosa viva, que la atacaba por todas partes. Rosa Tulia cerró los ojos y se dejó llevar. Rodrigo la dobló como al tallo de una planta hasta tumbarla. El suelo estaba frío y despedía un pungente aroma a sotobosque. Al caer, Rosa Tulia por fin, logró escuchar el murmullo lejano del arroyo. Sintió alivio. Ya tenía un punto de referencia, aunque tan sólo fuera sonoro. La mano de Rodrigo, como un invisible tentáculo, buscó sus senos. Ella la quito con un movimiento brusco, y se arrepintió de inmediato. Rodrigo no insistió, tan sólo la besó más hondo, más largo. Entonces ella misma, agradecida, volvió a traer su mano y él abrió los botones del vestido dejando los pezones expuestos al sereno. Rodrigo los besó mientras su mano levantaba y, con pericia, arrancaba el calzón ensopado.

Rosa Tulia sintió como los dedos callosos exploraban el vello buscando la secreta abertura y, al encontrarla, la frotaban, de arriba abajo, hasta abrirla. La vulva fue inflamándose bajo las caricias, y las caderas empezaron a mecerse, guiadas por la ansiedad de saciar aquel ardor insoportable. Entonces Rodrigo trepó sobre ella, y con una sola mano se abrió la bragueta y saco su verga, pesada y caliente como el plomo. Rosa Tulia no aguantó la curiosidad y la agarro con ambas manos: la sintió viva, llena de nervaduras como la superficie de una guama. Rodrigo la empujó con suavidad contra los pliegues de su vulva, que se fueron abriendo hasta que Rosa Tulia sintió que algo detonaba con suavidad en sus entrañas antes de ceder ante la invasión inexorable. Gimió más de placer que de dolor. La muchacha se abrazó ansiosa contra el cuerpo de Rodrigo que respondió agarrándola de las nalgas y apretándola rítmicamente contra su pelvis. Rosa Tulia oyó su propia voz hilvanándose en quejidos atribulados hasta que un río súbito y espeso le abrazó las entrañas. Tensa, lanzó un grito líquido y rudimentario mientras su cuerpo ingobernable convulsionaba poseído por un espíritu que no era el suyo.

Rodrigo cayó fulminado sobre ella. Su peso era insoportable y Rosa Tulia tuvo que quitárselo de encima para que no la sofocara. Su pene salió como una espada de una vaina, y tras él un manantial tibio que le empapó las nalgas y los muslos. Echada a su lado, Rosa Tulia pudo al fin entrever en la tiniebla el perfil de Rodrigo. Me muero por usted – le dijo con la respiración entrecortada por el cansancio y la felicidad. Rodrigo, saciado, ni siquiera volteó a mirarla”.

Mauricio Bonnett,
“La mujer en el umbral”

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