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El erotismo del vino. Por Hugo Sabogal.

Artículo tomado de El Espectador del 25 de Julio de 2009. Sección: Opinión.

“Sobre las virtudes afrodisiacas de esta bebida, que relaja el sistema nervioso, calma la ansiedad, desinhibe y enciende la líbido.

Desde sus orígenes, el jugo fermentado de la uva ha tenido una estrecha relación con el amor y el sexo. Para algunos y algunas, el vino es un afrodisíaco perfecto. Para otros y otras es un agente erótico, que evoca, desde la forma de la botella hasta lo más profundo de su esencia, todas las formas del amor sublime y del amor carnal.

No se trata de decir que cada vez que abrimos una botella o que llevamos un sorbo de vino a la boca nos queremos desvestir o retirarle los ropajes al prójimo. No. Lo primero que debemos reconocerle es su función de acompañante perfecto con nuestros alimentos, pues se ha comprobado que potencia los aromas y sabores de los ingredientes culinarios, mejora nuestras experiencias sensoriales en boca y nariz, equilibra las sensaciones extremas por complementación o por contraste, reduce los ácidos grasos en las carnes rojas y obra como un excelente digestivo.

En cuanto a sus virtudes afrodisíacas, habría que mirar qué tanto es el vino un instigador psicofisiológico (que agudiza nuestra agudeza táctil, visual y organoléptica) y qué tanto es un brebaje que, al ingerirse, enciende la libido en nuestro interior.

En cuanto a los cambios internos —los mismos que podríamos atribuirles a los mariscos, el ginseng, el polen, la jalea real o el viagra—, la ingesta de vino relaja el sistema nervioso, calma la ansiedad y desinhibe. En otras palabras, nos hace bajar la guardia y nos predispone a juegos que normalmente evitaríamos. El secreto está en saber dejarse llevar y en beber las dosis perfectas para evitar la advertencia que hace Porter en el acto II de la escena III de Macbeth (la inmortal obra se Shakespeare) cuando, respondiendo a Macduff, dice que una de las cosas que provoca la bebida es la lujuria: “…Señor, provoca y no provoca; provoca el deseo, pero impide el desempeño”.

Como los efectos del alcohol en el organismo se miden según el peso corporal de las personas, se ha establecido que alguien de 75 kilos de peso puede tolerar, como máximo, una media botella de vino antes de que las ondas afrodisíacas se apaguen debido a la acción de la sobrecarga. Es decir, corremos el riesgo de ahogar la euforia inicial y de entrar en el abominable aturdimiento.

Muchos prefieren pensar, más que en las propiedades afrodisíacas del vino, en su mensaje erótico. Dionisio, la deidad griega por cuyas venas se aseguraba que corrían sangre y vino al mismo tiempo, mantuvo con Eros —el dios de la atracción, el amor y el sexo— una estrecha relación, de la cual aprendimos mucho sobre el erotismo masculino. De Afrodita, en cambio, aprendimos sobre el amor entre géneros.

Si comparamos a un enófilo consumado con un hombre presa del erotismo, entendemos que su gran satisfacción siempre gira alrededor de lo nuevo y de lo variado. Le encanta voltear la vista en busca de un vestido, de una forma corporal o de una mirada cómplice. De aquí podemos inferir que los buenos bebedores de vino, como los hombres eróticos, sueñan con elegir diferentes opciones y descubrir en cada una de ellas sus misteriosas diferencias. Prefieren los tintos porque el color carmesí se asemeja al rubor de la mujer y equivale al color del amor y la pasión. Admiran las botellas con formas definidas y se dejan seducir por las etiquetas, como lo harían frente a un traje tallado.

Por su parte, la buena bebedora busca (más que formas) seguridad, delicadeza y elegancia. La seducen los vinos vigorosos y firmes, como el Cabernet Sauvignon. Más que el hombre, es dada a seguir de cerca el ritual del servicio del vino, como, por ejemplo, la forma como el descorchador se mueve rítmicamente hacia abajo para extraer delicadamente el tapón. Por su natural capacidad de captar aromas, la seduce la exhuberancia aromática, porque insinúa el aliento de su amado. A diferencia del hombre (que se inclina por las descargas súbitas), a la mujer le gustan todos aquellos sabores prolongados y persistentes.

En torno a este tema ha habido estudios científicos del vino que avalan la creencia de que sus aromas tienen sus equivalencias en las feromonas humanas, es decir, en aquellas sustancias liberadas por el cuerpo. Variedades como la Cabernet Sauvignon, por ejemplo, especialmente si se añeja en barricas de roble nuevas, huele como la androsterona, es decir, la principal manifestación del olor masculino. La champaña francesa, por el contrario, encierra un alto porcentaje de ácido isovalérico, asociado al olor a mujer.

Un escritor latinoamericano que se ha ocupado de este tema en varios escritos —y cuya lectura siempre es motivante e inspiradora, porque obliga a ver el vino desde otras fronteras— es el brasileño Marcelo Copello, quien en su libro Vino y algo más toca todos estos temas con gran tino y maestría. Dice, por ejemplo, que “cada trago de vino es un beso, un acto erótico que representa la fusión de las respiraciones y que, en los rituales tántricos, simboliza la fusión de las almas. Rápidamente el vino hará su efecto, inhibiendo la ansiedad y la timidez, calentando los cuerpos y alegrando el espíritu”.

Quienes hayan visto la película Entre copas, del director estadounidense Alexander Payne, quizás hayan percibido la enorme carga erótica de su contenido. Es, definitivamente, uno de los mejores tributos a su poder erótico.

Al final (como lo sabemos todos de manera intuitiva), el vino siempre nos hechizará, porque en sus distintos tipos y estilos encierra el mundo de los géneros. Los blancos y rosados atraen por sus expresiones aromáticas y por su suavidad (como la mujer), mientras que los tintos transmiten potencia, densidad y cuerpo (como el hombre). Igualmente, los espumantes nos envuelven en su delicioso cosquilleo, como una hábil caricia.

Afrodisíacos, eróticos y alimenticios, los vinos nos hacen sentir la vida de otra forma y, como dice Copello, nos acercan a los demás sin la presencia de obstáculos ni barreras. En otras palabras, nos permiten viajar hacia el amor un verdadero.”

Psicóloga Alejandra Quintero R.

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