El cuarto rosa de Marcos Lopez.
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“El perro tiene que ver con los miedos. Con lo oculto. Con algo prohibido en relación al sexo. Y el sexo tiene que ver con el deseo y al mismo tiempo con la muerte. Eros y Thanatos. Por algo los franceses, que saben mucho de conceptualizar, de explicar, y dar definiciones, le llaman al orgasmo la petit mort. La pequeña muerte. Ese perro en segundo plano, con su lengua siempre afuera, latiente, con su libidinosa baba, con sus colmillos, con su jadeo permanente, admite múltiples lecturas y significados. Cada vez me gusta más el perro en ese lugar. Arriesgo la hipótesis de que el epicentro de la imagen es esa boca. El perro como testigo mudo. Fiel. Traicionero. Puede lamerte la mano cuando le das una galleta y mirarte con ojos de amigo tierno pero a los dos minutos de enoja, y salta la garganta de un cartero o un repartidor de periódicos que entró a la casa sin llamar y le arranca la yugular de un solo mordisco. Sin pena. Para eso lo entrenaron: para activar sus genes sanguinarios con una rutina estúpida de ejercicios de provocación, premios y castigos. Y a veces los entrenamientos fallan. Finalmente, varias generaciones atrás, ese perro era un lobo. Y los animales no andan con vueltas a la hora de matar. Como la indiada cuando viene galopando por la pampa, agarrando al caballo por los crines, sin riendas, montando a pelo, a los gritos, borrachos de aguardiente, degollando y clavando sus lanzas en el estómago del primer soldado que se les cruza en el camino tratando de hacerles frente. El asunto es aprender a exorcizar la violencia para dar paso a la ternura. En América Latina estamos acostumbrados: las más refinadas formas de poesía van de la mano de la violencia producto del hambre y la injusticia. Interactúan. El hueco por donde hay que entrar al cuarto rosa: una caja de cartón pintado que contiene las marcas del paso del tiempo sobre la vida misma. Un tren fantasma que recorre los laberintos de una infancia triste. De los muchachos no voy a decir nada. Ellos están allí con todo su ser y su presencia. Para eso esta la imagen. Tampoco voy a hablar de sueños y pesadillas porque me gusta manejarme en el campo de lo real. Para eso soy fotógrafo”.
Fotografía y texto extraído del periódico Arteria.
Año 4 # 16. Agosto – Septiembre, 2008.
Psicóloga Alejandra Quintero R.