Orquídea “Flor de una planta orquidiácea cuyas especies tropicales son muy apreciadas en floricultura. La forma tuberosa de las raíces de la orquídea, semejantes a testículos humanos, ha hecho que desde muy antiguo se le atribuyeran poderes afrodisíacos. Algunos preparan un té con las raíces de la orquídea para estimular el deseo sexual, y otros huelen la fragancia de la flor con el mismo fin. Orquídea proviene del latín orchis y este, del griego orkis ‘testículos’, palabra que también está en el origen de orquitis ‘inflamación de los testículos’.
“Fiesta en que se come y se bebe inmoderadamente, y se cometen excesos sexuales. Orgía llegó al español procedente del término francés orgie y éste, del latín orgia y del griego órgion ‘misterio o ceremonia religiosa’. Las primeras orgías fueron las dionisíacas, fiestas religiosas griegas en homenaje a Dioniso[1] y posteriormente, las bacanales –su equivalente latino–, fiestas en homenaje a Baco[2]. Al principio, las dionisíacas eran fiestas de mujeres solamente; pero a partir de cierta época, también comenzaron a participar hombres, con lo que las ceremonias religiosas se convirtieron en reuniones de sexo grupal relacionadas con el culto a la fertilidad. Las bacanales romanas eran banquetes interminables, regados con mucho vino, que desembocaban en la práctica de sexo grupal y que, con frecuencia, terminaban en violencia y muerte. Por esa razón, fueron prohibidas por el Senado en el siglo II a. de C.”
Notas: [1] Dios griego del vino, hijo de Zeus y Sémele. [2] Dios del vino y las uvas, equivalente romano de Dionisio.
“Registrada por primera vez en español en el Diccionario de autoridades (1734), esta palabra proviene del latín lupanar, que designaba la casa de la prostituta, debido a que esas mujeres eran llamadas en latín vulgar lupa ‘loba’, aunque los clásicos prefirieran usar el más refinado meretrix ‘la que se gana la vida por sí misma’. En el español actual, como también en portugués, lupanar significa ‘prostíbulo’.
Curiosamente, el nombre del Louvre, uno de los museos más famosos del mundo, tiene un origen semejante, pues proviene del latín lupara ‘lobera’, ‘albergue para lobos’. En efecto, el palacio donde está emplazado el célebre museo parisién fue originalmente una fortificación construida en una de las márgenes del Sena, comparada en su tiempo con una guarida de lobos.”
Un fauno tocando la flauta, por Pál Szinyei Merse.
“La historia del día de san Valentín —festejado actualmente por millones de enamorados de varios continentes— hunde sus raíces en la Roma clásica, en la fiesta februa (ver febrero) de los latinos, un ritual de purificación que legó su nombre a este mes. Cada año, el 15 de febrero, los romanos homenajeaban a Fauno Lupercio, el equivalente latino del dios griego Pan, protector de los rebaños, que también representaba la sensualidad masculina desenfrenada, expresada en los mitos de faunos y machos cabríos.
En este festejo, llamado Lupercalia, los jóvenes romanos corrían por las calles cubiertos apenas con una piel de cabra, flagelando a las muchachas que encontraban a su paso con correas de cuero, en la creencia de que este castigo daba fecundidad a sus víctimas. Durante los primeros siglos después de la entronización del cristianismo como religión oficial del Imperio romano, los fieles de la nueva fe continuaban celebrando muchas fechas paganas, tales como la fiesta del Sol invicto y el homenaje anual a Fauno Lupercio.
Para acabar con ellas, la Iglesia instituyó nuevas fiestas cristianas en fechas muy próximas a las conmemoraciones paganas. Así, en lugar de la fiesta del Sol invicto, que ocurría alrededor del 21 de diciembre, se instauró la Navidad y, para terminar con la festividad de Fauno Lupercio, el papa Gelasio I creó, el 14 de febrero, el día de san Valentín, un personaje legendario, supuestamente ejecutado en 270 por orden del emperador Claudio II.
Según la leyenda, san Valentín había sido llevado al martirio por su práctica de celebrar el casamiento de numerosas parejas, lo que estaba prohibido por el emperador. En realidad, es muy poco lo que se sabe sobre este santo y se duda, incluso, de que haya existido, pero lo cierto es que la narración se fue enriqueciendo con nuevos elementos por los cuales el santo quedaba cada vez más vinculado al amor romántico y al noviazgo. En 1969, la Iglesia católica dejó de conmemorar el martirio de san Valentín por no hallar pruebas históricas de la existencia del personaje.
El culto a san Valentín recorrió Europa y se fijó en Inglaterra, donde se extendió la versión de que el santo era el patrono de los enamorados porque su fiesta ocurre en el momento del año en que los pájaros comienzan a aparearse en el hemisferio Norte.
Hacia fines de la Edad Media, el mito cruzó el Atlántico, llevado por colonos ingleses e irlandeses hacia Estados Unidos, donde surgió el hábito de intercambiar en esa fecha tarjetas postales con alusiones románticas y billetes de amor que se llamaron valentines.
Ya desde el siglo XVI se venía generalizando la costumbre de que los hombres regalaran a las mujeres rosas y chocolates, un tratamiento ciertamente más galante que los azotes propinados por los jóvenes romanos. Por esa época, la tradición del día de san Valentín llegó a España y a Portugal, desde donde se expandió, aunque con menos vigor, hacia América latina.
El término valentín surgió originariamente en inglés, pero se viene extendiendo hacia América Latina impulsado por una nueva ola de importación de costumbres estadounidenses. (ver halloween).”
“Proviene del griego kleitoris ‘pequeña elevación’, procedente del verbo klinein ‘inclinarse’, que también está en el origen de clínico (v. clínica). A pesar de la milenaria antigüedad del término, no es casual que el primer registro en castellano date del siglo XVIII, en el diccionario de Esteban de Terreros. Durante los diez siglos que duró la Edad Media y, probablemente durante algunos más en la llamada época moderna, la cultura árabejudeocristiana ocultó la existencia de esta parte de la anatomía femenina por su vinculación con el placer sexual, considerado un pecado, puesto que el sexo debía servir sólo para la procreación.
Sin embargo, la literatura medieval y la abundante documentación histórica disponible sobre el tema nos enseñan que la naturaleza ha sido indomable en todas las épocas y que la sabiduría de los doctores de la Iglesia nunca llegó a acallar los suspiros de placer, que podían oírse en las noches del Medioevo como en todos los tiempos.
En su novela El anatomista, el escritor argentino Federico Andahazi cuenta la historia de Mateo Colón, un anatomista del Renacimiento que no por azar lleva el mismo apellido del Descubridor. El personaje se enamoró perdidamente de una prostituta veneciana y, buscando una pócima que le permitiera conquistar su amor, acabó por descubrir la existencia del clítoris”.
“La pasionaria es una flor americana, conocida en el Cono Sur por su nombre indígena de mburucuyá o, en Brasil, por el de maracujá. No conocemos el origen de esta denominación, pero una leyenda indígena cuenta que Mburucuyá era una joven blanca, que llegó con su padre –un capitán español– al Virreinato del Río de la Plata, donde se enamoró perdidamente de un muchacho guaraní. Mburucuyá no era, por supuesto, su nombre español, sino el apodo quele daba tiernamente su amado. El capitán no aprobó la pasión de su hija y asesinó al joven indio. Desesperada, Mburucuyá tomó una de las flechas de su enamorado muerto y se la clavó en el corazón. A medida que se escapaba la vida de su cuerpo, la pluma de la flecha se iba convirtiendo en la primera flor de mburucuyá, que dio origen y nombre a esa especie botánica.
Hasta aquí la dulce leyenda guaraní, pero lo cierto es que al llegar los jesuitas a América, observaron que la flor de mburucuyá tenía tres estambres –que identificaron con los clavos de Cristo–, cinco pistilos –en los que vieron las cinco heridas de Cristo– y una corona de filamentos –que hicieron corresponder con la corona de espinas–. Por esa razón, la llamaron en latín flor passionis y en español, pasionaria, nombre por el cual son conocidas fuera del Cono Sur tanto la planta como la flor del mburucuyá.
El nombre español del mburucuyá es, pues, de origen religioso y no tiene ninguna relación con la trágica pasión del romance de la joven blanca y su amante guaraní. En inglés, la flor es conocida como passion flower, y el fruto, como passion fruit”.
“Este adjetivo, que se aplica a las mujeres homosexuales, nació a partir del nombre de la isla de Lesbos, en el mar Egeo, que en los siglos VII y VI a. de C. fue un brillante centro de vida intelectual y artística. El nombre más destacado de la producción literaria de aquella época es el de la poetisa Safo, de la cual hoy se conservan algunos versos, pero cuya contribución fue tan importante en la formulación del género literario helénico de su época que se llegaron a acuñar monedas con su efigie.
En algunos de los versos más dulces y tiernos de Safo, se rinde homenaje a la belleza de la jóvenes de mayor hermosura de la isla, de donde se concluyó que la poetisa era homosexual, aunque, en realidad, poco se sabe sobre ella, y no hay ningún dato que permita afirmar esto en forma categórica.
En aquella época, las mujeres de las familias pudientes de Lesbos solían reunirse en sociedades informales para deleitarse en placeres como la composición y el recitado de poesías. Safo, inspiradora de uno de esos grupos, atrajo a un gran número de admiradoras de otras ciudades, que fueron a la isla a componer y a disfrutar poesías, cuyos temas principales solían ser los amores, odios y celos que surgían en aquella atmósfera.
Ocho siglos después de su muerte, sus trabajos fueron publicados por la biblioteca de Alejandría, pero no sobrevivieron a la Edad Media, y todo lo que hoy resta de su obra es un único poema completo de veintiocho líneas, además de numerosos fragmentos cuyo número aumentó con el descubrimiento de papiros*, pero se considera que constituyen apenas una pequeña fracción del trabajo de Safo. En lo que quedó de su obra, no hay ninguna referencia a actividades homosexuales, pero la isla se convirtió en símbolo del amor entre mujeres, y el nombre de Safo perduró en la literatura como denominación de los versos endecasílabos, también llamados sáficos.”
“La Academia eliminará la referencia a la sodomía.- El diccionario Oxford también actualizará esa entrada
Cualquier persona que practique el coito anal ya no será, semánticamente hablando, un pederasta. El uso (o más bien el desuso) de esta acepción ha determinado que varios diccionarios hayan revisado o se encuentren en proceso de modificar esta entrada, para eliminar una equiparación ofensiva para muchos y que resulta más sangrante aún en plena tormenta por los escándalos de abusos de menores en el seno de la Iglesia católica. Entre los diccionarios que actualizarán la definición de pederastia al lenguaje moderno se encuentra el de referencia en lengua castellana, el de la Real Academia Española (RAE).
Aparte de abuso sexual cometido con niños, «pederastia tiene otra acepción, documentada en textos, que es la práctica del coito anal», afirma Darío Villanueva, secretario de la RAE, que recuerda que el diccionario no sólo recoge las significaciones predominantes, pues, como explica el preámbulo de la última edición impresa, este texto tiene como misión facilitar «claves para la comprensión de textos escritos desde el año 1500». Sin embargo, añade Villanueva, al tratarse de «usos que la gente no entiende como comunes, se va a revisar la entrada en la próxima edición», la vigesimotercera, que saldrá a la venta en 2013. En ella, «la sodomía va a desaparecer como acepción segunda de pederastia», confirma. La edición online del diccionario incorporará probablemente esta enmienda antes, según Villanueva.
Pese a que los colectivos de gays y lesbianas se sienten directamente aludidos, el catedrático puntualiza que el diccionario académico «nunca ha establecido la relación entre pederastia y homosexualidad», ya que la «sodomía, que es el coito anal, se puede realizar entre personas del mismo sexo y de distinto sexo». Pero muchos otros diccionarios y traductores, tanto españoles como de lengua inglesa, sí equiparan pederastia con homosexualidad, algunos incluso como primera o única acepción.
El equívoco se produce porque, hasta el siglo XIX, no se acuñó la palabra homosexual para aludir a la relación sexual entre personas del mismo sexo. Hasta entonces, se utilizaba la palabra pederasta, que proviene del griego clásico paidós (del niño) y erastés (amante). Esta palabra hacía referencia a la relación (no siempre sexual) que establecían en la antigua Grecia los muchachos adolescentes con un adulto como parte de su periodo de formación educativa, moral y militar.
«Perpetuar la discriminación» Sin embargo, hoy la palabra no sólo tiene una connotación negativa, sino que describe un comportamiento delictivo. El presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), Antonio Poveda, considera indignante mantener en el término pederastia acepciones que aludan al colectivo homosexual. «El lenguaje es muy importante, tanto para normalizar las cosas como para perpetuar la discriminación». La FELGTB va a solicitar al Parlamento español que adopte una resolución instando a la Real Academia a modificar estos significados y los de otras palabras, como el término matrimonio. «Al igual que la sociedad avanza, ¿no se pueden cambiar esas denominaciones obsoletas en los diccionarios? Esto clama al cielo».
Revisiones en marcha Para reflejar «el uso moderno» del lenguage, Oxford University Press modificará varios de sus diccionarios, según confirma por correo electrónico el equipo editorial. En sus futuras reimpresiones, el Oxford Spanish Dictionary, el Pocket Oxford Spanish Dictionary y el Concise Oxford Spanish Dictionary traducirán pederasta (español) a pederast (inglés) como primera acepción y no a homosexual, como sucedía hasta ahora. La revisión aparecerá en la edición de Internet del Oxford Spanish Dictionary (de pago) desde el próximo 17 de mayo.
La revisión de esta editorial afecta directamente a una de las webs más consultadas del mundo, WordReference, que recoge en su diccionario español-inglés la traducción para pederasta del Pocket Oxford Spanish Dictionary. Michael Kellogg, presidente de WordReference, inició un foro a raíz de la consulta de este diario. «Ha contestado gente de cuatro países hispanohablantes. Desde esta conversación, es obvio que la palabra española pederasta no significa homosexual en el uso moderno», dice Kellogg en un correo electrónico.
También Santillana ha eliminado las alusiones a la homosexualidad en la nueva edición de sus diccionarios, actualmente en imprenta, al igual que lo hará la Real Academia Galega a petición del colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales de Galicia (Colega). ELPAÍS.com corrigió hace meses esta equiparación en sus diccionarios y traductores tras ser alertado por grupos homosexuales. La empresa francesa Reverso, que suministra la aplicación de traducción a Elmundo.es, también la eliminó la semana pasada, después de que EL PAÍS preguntara al respecto.
«No se puede cambiar la historia de la lengua» Sin embargo, otros tesauros prestigiosos mantendrán las referencias a la homosexualidad. El Diccionario del Español Actual (Editorial Aguilar), del equipo de Manuel Seco, modificará sólo su primera acepción del término pederastia, que se refiere a la «relación homosexual de un hombre con niños». En la nueva edición que se está preparando se incluirá a las mujeres, porque ya se pueden documentar casos en los que son estas las que abusan de menores, según explican fuentes de este diccionario.
Pero el segundo significado, «relación homosexual masculina», no se alterará: «Es que no debe cambiarse. Un diccionario debe dar testimonio de los usos de las palabras. Pederasta es un término culto y clásicamente ha tenido el sentido de homosexual. Así está atestiguado a largo del tiempo en textos literarios. Que mayoritariamente hoy se imponga el primer significado no quiere decir que el otro no exista o que sea inadecuado. Casi todas las palabras tienen más de una acepción y es el contexto el que aclara cuál es la elegida en cada caso. No se puede cambiar la historia de la lengua porque haya personas que se vayan a ofender».
El Diccionario del Español Actual ofrece dos fragmentos literarios para documentar esta acepción de pederastia. Textos que, según las fuentes consultadas, «no dejan lugar a dudas». El primero procede de la novela Torremolinos Gran Hotel, de Ángel Palomino: «Hasta los dos pederastas de la 216 duermen tranquilos, sin preocuparse del qué dirán. Son suecos… Y están casados…; se casaron por lo civil, claro»; el segundo fragmento, en el que se habla de dos jóvenes, pertenece a la obra Las ninfas, de Francisco Umbral: «Como ya éramos camaradas de ir a por carbón de encina, aunque de esto nunca se hablase entre nosotros, como si hubiésemos cometido juntos pederastia o cosa semejante, me llevó del brazo a la Casa de Quevedo»”
“A partir del participio pasivo de hacer, ‘hecho’, se formó la palabra hechizo en español hacia fines del siglo XV, como ‘artificio supersticioso de que se valen los hechiceros’, según definía el Diccionario español-latino (1495), de Antonio de Nebrija.
Hechicero, palabra también formada a partir de ‘hacer’, ya aparecía registrada en nuestra lengua desde Calila y Dimna, un libro de cuentos anónimo traducido del árabe por iniciativa de Alfonso X. Hechicero y hechizo pasaron al portugués como feiticeiro y feitiço. Esta segunda palabra portuguesa llegó luego al francés como fetiche; más tarde, al inglés como fetish. En ambas lenguas denomina objetos de hechicería africana, tales como amuletos y talismanes, y finalmente, reingresó al castellano con este significado, bajo la nueva forma fetiche.
Jugando con el carácter mágico de los fetiches, el filósofo alemán Karl Marx adoptó la palabra para referirse al fetichismo de la mercancía, por el cual, según él, un producto manufacturado oculta las relaciones de trabajo bajo las cuales fue producido.
Más adelante, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, retomó la palabra fetiche para referirse a ciertos fenómenos observados en su práctica clínica, en los cuales el interés sexual de algunos pacientes aparecía desplazado hacia objetos vinculados indirectamente a su objeto sexual, tales como prendas de ropa, mechones de cabello, etcétera”.